Opinión | Crónica Política

El panorama

A la vista de las repercusiones directas e indirectas que pueden tener para Galicia algunas de las noticias mas recientes, no se discutirá que el panorama tiene “mala pinta”. Mas allá de la decisión final del presidente Sánchez, tras una opereta a la desesperada pero bien resuelta –en forma de manifestación que recordaba la antigua de la plaza de Oriente–, hay que referirse en primer lugar al informe de la Unión Europea. Según él, la prórroga de la concesión de la AP-9 no era tanto para favorecer a los gallegos, cuanto para una operación financiera consistente en aumentar los beneficios de su venta. Se supone que el superávit sería para la caja del Estado, de lo que se beneficiarían dos gobiernos: el del PP que fue el primero en plantear la prorroga y el PSOE que después nada hizo para rectificar.

Conste que no se trata de caer en la tentación de imitar a los partidos políticos mayoritarios, que se enzarzarán en una disputa sobre las culpas, o responsabilidades, del vacío que deja el informe de la UE. Sí, por el contrario, de plantear la necesidad de tomar una decisión acerca del futuro de la Autopista del Atlántico, antes de que llegue una posible sanción. La resolución no evitaría ya un posible castigo, pero al menos clarificaría la situación y ahorraría más quebrantos a los ya muy cargados hombros de los usuarios. Porque no basta con que, de boquilla, PP , PSOE y también BNG reclamen juntos el mérito que después discutirían entre ellos para apropiarse. Esa es, por desgracia, la práctica habitual en casi todo.

Eso, que es grave, aumenta el volumen de riesgo para gran parte de lo pendiente en infraestructuras para Galicia, si se le suma la mala noticia sobre la que alerta FARO DE VIGO en relación al remate de la alta velocidad. La misma Unión Europea ha reconocido que el tramo Vigo-Oporto no estará terminado hasta, por lo menos, el 2040. No se hablará de agravio, pero sí de una cierta tomadura de pelo. Que, por cierto, demuestra que o los diputados gallegos en Europa cobran, pasean y callan o simplemente que no sirven para gran cosa. Lo que no es su culpa, sino las consecuencias de la escasa o nula influencia de esta tierra en Bruselas. Y así debería quedar claro para la historia de Galicia, que se merece una atención especial, como todo el noroeste, a la hora de priorizar las necesidades.

Urge, pues, una reacción. Y este Antiguo Reino tiene la obligación –a través de su Gobierno, que ya lo ha intentado en las ultimas legislaturas– y de cualquier otra fuerza social y política, “apretar” las tuercas a los partidos que sumen la mayoría parlamentaria precisa para impulsar de una vez por todas soluciones a todo aquello que esta comunidad periférica viene reclamando sin éxito desde hace decenios. Pero debe quedar claro que esa cooperación partidaria ha de plasmarse en un compromiso, solemne o no, para aunar esfuerzos en pro del bien común, o de evitar el mal colectivo, que significaría la continuidad de la incertidumbre tanto de lo que se refiere a la autopista como al AVE Atlántico

En definitiva, el panorama que, en opinión personal de quien la expone, no puede ser más sombrío en estos terrenos infraestructurales, tiene que afrontarse con una actitud “de país”. Pero no para quedarse en la palabra, sino para pasar a los hechos, que son los que cuentan. Empieza a asentarse la idea de la resignación en el pueblo gallego y eso constituiría una consolidación perversa que haría aumentar lo oscuro del horizonte. Galicia tiene probadas las virtudes de la esperanza, la fe y la castidad hacia los que prometen y no hacen. Se puede añadir otra, también importante, que es la de la paciencia, pero esta, a diferencia de las otras es finita. O, dicho de otro modo, no entra en las teologales.